mércores, 3 de febreiro de 2016

Tenemos que aprender.



He practicado deportes muy diferentes a lo largo de mi vida, desde artes marciales hasta el sempiterno fútbol, por supuesto. Practicado quiere decir que los entrené, no que jugué dos pachangas en el recreo, quiere decir algo de seriedad. Sin embargo, sólo hay dos de estos deportes que considere que me han influido personalmente, y curiosamente ambos después de fracasar en su práctica: la esgrima y el rugby.


Practiqué esgrima durante mi último año de secundaria. Había sido uno de mis caprichos insatisfechos de infancia, que había sido imposible realizar en su momento, y cuando se dio la oportunidad de practicarla en mi centro de estudio no lo dudé. Me habría gustado continuar, y competir, y no se me daba mal pero, por desgracia, y tal como me dijo mi Maestro, había empezado mayor, y mis rivales me llevaban años de ventaja. Gané, a pesar de ello, alguna competición amateur, migajas en comparación con lo que algunos de mis compañeros de Club conseguirían, pues dimos varios campeones de España en categorías inferiores. Me enorgullece haber participado como compañero en la formación de buenos esgrimistas que llegaron a lo más alto y que cumplieron aquello que, por edad y trayectoria, yo no podía alcanzar. Dejé el sable en Bachillerato, al no permitirme mi centro continuar en las escuelas deportivas, pero mucho de lo aprendido entonces sigue siendo para mí un principio motriz.


Al contrario que la esgrima, el rugby fue un deseo más adulto. Me aficioné al rugby al final de mi adolescencia, afición que conservo, y sigo con gran interés los mejores torneos internacionales. Para mí, sólo hay en este deporte algo mejor que ver a Irlanda con una Guiness delante, y es jugar. Por eso, en mi primer año, me uní al equipo de mi Universidad. En esta ocasión el romancé fue aún más corto pues, si bien no tenía cuerpo de jugador de rugby -literalmente, demasiado gordo para los flacos, demasiado flaco para los gordos-, el problema iba más allá, debido a una tendinitis crónica en ambos hombros. Con demasiada regularidad, me hacía un daño terrible, y terminé por dejarlo ir.



Y luego llegó el Jugger. Yo estoy en este deporte rebotado, y lo reconozco. Me llamó la atención, me pareció interesante, pero sólo empecé a practicarlo porque los dos deportes que me habría gustado practicar me estaban vedados y no quería quedarme quieto. Reconozco, no obstante, que uno puede encontrar de rebote una vocación. Y yo la encontré aquí. Sigo teniendo mis limitaciones, claro está, pero realmente he llegado a sentirme a gusto deportivamente hablando. Por eso - y sólo por eso - me impliqué en el desarrollo de mi núcleo primero y de la Federación después. Porque, aunque a muchos esto les suene a chino, me gusta devolver lo que me dan.

Parece que me estoy yendo por las ramas, y efectivamente me fui. Pido disculpas, pero creo que esta introducción era necesaria antes de plantear la esencia de esta entrada: tenemos que aprender. Pero, ¿qué tenemos que aprender?¿Filosofía?¿Ecuaciones diferenciales de orden n?¿Macramé tibetano? No. O sí, eso es cosa vuestra. Pero, en este deporte, por y para este deporte, tenemos que aprender a aprender.

En los últimos tiempos, he llegado a la conclusión de que aplicamos al Jugger el término "deporte" con un liberalismo rayano en el autoengaño. No se trata de un término legal (también practiqué ajedrez y, por mucho que legalmente lo sea, nunca lo consideré un verdadero deporte), sino filosófico. El jugger no es un deporte, no porque el Estado no lo reconozca como tal, sino porque nosotros no lo tratamos como tal. Con honrosas excepciones, nuestros entrenamientos son algo cuasianárquico, no planificado y, en muchos casos, fotodependiente. Y esto es un absurdo.


Cuando practicaba esgrima, pasaron dos meses entre el primer día y el primero en que se me permitió coger el sable. La esgrima parece basarse en atacar y defender con un arma, pero es un deporte de piernas - cualquier novela en que aparezca esgrima postmedieval menciona el juego de pies -, y por ello no se nos permitió coger un arma hasta dominar los movimientos de piernas. Una vez empezamos con el sable, pasábamos la mayor parte del entrenamiento ejercitando movimientos. El sable se cogía al final, si eso. Y, en algunas ocasiones, y siempre al final, tirábamos un rato. Hasta los castigos estaban orientados, y se cumplían en forma de sentadillas. Estaba claro qué había que fortalecer, qué había que mejorar.

Cuando practicaba rugby, sí cogí balón desde el primer día. Los entrenamientos eran más completos, porque el rugby es, en general, más completo que la esgrima. Aunque había algunos ejercicios individuales, en su mayoría eran ejercicios coordinados, de pase, de jugada ensayada. En ocasiones, el entrenador separaba en "gordos" y "flacos", y cada grupo entrenaba por separado las cosas que se esperaban de ellos. Y, de nuevo al final, solíamos jugar una tocata - una versión light del rugby - durante no mucho rato.


Eso eran deportes. El Jugger no lo es. Carecemos - insisto en las honrosas excepciones - del más mínimo sistema de entrenamiento, de figuras importantísimas como el entrenador, que no sólo debería ejercer de director de entrenamiento y juego, sino también de psicólogo deportivo, carecemos en muchos casos de instalaciones y horarios definidos. Carecemos de lo que hace deporte a un deporte. ¿Cuantos lugares tienen un sistema de entrenamiento basado en algo más avanzado que "llegar y echar partidos"? Obviamente, los rondos no cuentan. Tampoco (que es una de las ideas más ilógicamente extendidas a este respecto) los entrenamientos físicos, que si bien son algo deseable si se montan bien, no constituyen en sí un gran progreso. Se me ocurren pocos, y ninguno en el que haya entrenado yo.

Esta entrada es una reflexión triste acerca de lo que podemos hacer y no hacemos. Requiere esfuerzo, requiere un trabajo específico y más horas a espaldas de las contadas personas que ya sacrifican demasiado porque el jugger avance. Pero es un esfuerzo que, considero, es impescindible si queremos llamar deporte a esto.

Tenemos que aprender a aprender.

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Agradezco especialmente al Club Ninjas Almoradí las fotos de sus entrenamientos, que considero ilustrativas del camino que debemos seguir. 

1 comentario:

  1. Estoy de acuerdo al 100%.
    Yo intente organizar enrtenamientos en Valladolid y me di cuenta que la mayor parte de la gente no quiere entrenar, quiere jugar y nada mas.

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