luns, 22 de febreiro de 2016

Lo que nada cuesta, nada vale.

La frase con la que abro esta entrada no es mía. Es decir, soy un frasecitas, y conozco bien el poder de las consignas, pero sobre todo soy terriblemente pragmático, y se reconocer una buena frase. Y esta, de mi amiga Martina, es una de las que más uso,  por la enorme  variedad de aplicaciones que tiene. Y aquí estoy, hecho papilla tras la IV Winter Cup - cuyo resumen va a tener que esperar un poco -, con la única intención de espumear un poco acerca de LA asignatura pendiente del Jugger: el arbitraje.

Decía que lo que nada cuesta, nada vale, y lo aplico sin dudar al arbitraje bajo una sencilla premisa: nadie quiere que le hagan trampas, pero al mismo tiempo, casi nadie está dispuesto a arbitrar bien.  Tengo la suerte y la desgracia de compartir buena parte de mi vida con Andrés Ferreiro, una de las personas más nazis con estas cosas que ha parido el territorio de la FEJ, y eso supone que hemos dedicado horas (y horas, y horas) a valorar este problema en concreto. Y yo, que siempre fui una persona muy aficionada a estudiar las sociedades, he dedicado bastante esfuerzo mental al tema del arbitraje. Resulta que a nadie le gustan las trampas. Llámalas jujas, llámalas fullas, llámalas cómo quieras. A nadie le gusta que un jugador rival no se agache cuando le golpeas, a nadie le gusta que un jugador al que pinea se levante sin respetar la piedra de pineo -animal mitológico por excelencia-, a nadie le gusta que no se cuenten las piedras, a nadie le gusta nada. Llevo, con este último, ocho nacionales a mis espaldas, menos que muchos, pero más que la mayoría, y no recuerdo uno en el que no escuchase quejas del arbitraje. Porque a nadie le importa que un jugador haga trampas porque hace trampas, le importa que haga trampas porque queda impune. Y aquí es donde entra el arbitraje. Que si el arbitraje en España es una mierda, que si vaya árbitros cabrones. Y, ya de paso, este equipo es de fulleros y toda la pesca. Todos conocemos equipos de tramposos, y sólo en un instante me vienen muchos nombres a la cabeza. Todos conocemos jugadores tramposos. No voy a entrar en si son o no equipos y jugadores tramposos, pero son equipos y jugadores que se han ganado una fama por X o Y motivos, muchas veces a raiz de equipos que perdieron con ellos. Crucificamos socialmente al jugador y al equipo tramposo, y no pretendo manifestar si esos equipos y jugadores son realmente unos tramposos o no, sino el hecho de que la comunidad les marca. Putos árbitros y putos fulleros, en definitiva.

Tendemos a olvidar que quienes arbitran no son un grupo de élite, especialmente entrenado para arbitrar Jugger. Tendemos a olvidar que carecemos de un Colegio de Árbitros adiestrados, imparciales y remunerados. Arbitramos nosotros mismos, y aquí es donde entra el problema. A la gente se la bufa el arbitraje. Simple y llanamente. Yo no me doy este viaje para arbitrar, sino para jugar. Así, arbitrar es algo que te toca, algo que haces a desgana. Llegas al partido que arbitras, esperas que pase rápido y, mientras tanto, pasas del tema. En esta Winter he visto de todo, desde árbitros que se pasaban por el forro la normativa arbitral, cuya diferencia con un cono era inapreciable, hasta árbitros más pendientes del Verracos-Overlords de al lado que de su propio partido. Esos árbitros que, estoy convencido, cuando un jugador no se baja ante un golpe suyo y el árbitro no dice nada, claman al cielo por un buen arbitraje. ¿Empieza a verse por donde voy?

El arbitraje tiene un enorme componente de respeto. Un árbitro no arbitra para sí mismo ni para el torneo, arbitra para los jugadores. Por eso debe estar atento a lo que arbitra, pues es el garante de que ambos equipos acatan el reglamento que ambos han aceptado utilizar. Si un árbitro pasa del partido, lo que está haciendo es faltarle al respeto a sus arbitrados. He visto también a árbitros que se positivamente que son capaces de arbitrar bien arbitrar de mierda en partidos "menores", como si no estuviesen a su altura. Quizás esto sea un tema aparte, pero no quería dejar pasar la ocasión de mencionar que eso es una doble falta de respeto. Estas cosas no suelen aparecer espontáneamente en la cabeza de los árbitros, y es un punto importante. El problema no es que un árbitro no vea algo, no somos perfectos, e incluso los mejores árbitros tienen errores de percepción, el problema es que la mayor parte de los árbitros no ven porque no quieren ver, o ven y aplican lo que quieren porque ni se han leído el reglamento. Todos queremos respeto, pero pocos estamos dispuestos a respetar.

Hace algo más de un año, mi equipo de entonces, Templarios Negros, empezó a sugerencia mía a entrenar arbitraje. Era un buen momento, en Vigo éramos cuatro o cinco equipos, jugábamos a campo único y teníamos descansos. Me pareció que era buena idea que, en lugar de descansar, entrenásemos arbitraje, y ese fue el inicio del modelo vigués de entreno con cinco árbitros. Esa idea, en principio egoísta, caló entre el resto de equipos y llegó a ser una costumbre, hasta el punto de que, a día de hoy, si no tenemos jugadores suficientes para dos equipos y cuerpo arbitral, Vigo no juega partidos. Y es duro, no lo niego, pero necesario, porque el arbitraje no se aprende por ósmosis. El arbitraje hay que enseñarlo y hay que practicarlo. A base de machacar a la gente en ese sentido, a base de tener siempre cinco árbitros en el campo, la gente se acostumbra a jugar con árbitros, lo que limita la sistematización de las trampas (si yo hago una trampa y no me la pillan, inconscientemente asumo que es algo que puedo hacer) y hace que la gente aprenda a arbitrar. No es un sistema perfecto, pero es lo mejor que se puede hacer con lo que tenemos. Veo con pavor cómo en muchos núcleos se entrena sólo con árbitro cuentapiedras, y cada vez menos, ante el auge de las piedras automáticas. Cada vez entrenamos menos arbitraje, y por eso cada vez arbitramos peor.

Me gustaría terminar esta entrada con una pequeña reflexión. Yo no soy un buen árbitro. Me cuesta decidir en según qué momentos, hay situaciones que me rebasan. Hay jugadores que me imponen y me pongo nervioso al arbitrarles, aunque no sea culpa suya y acepten sin problema lo que les diga. Tengo errores de percepción, errores de colocación, una enorme dificultad para recordar detalles (yo puedo ver que esa cadena que creías haber parado te ha dado, pero al final del punto seguramente no me acuerde de donde exactamente). Y, sin embargo, para España soy de lo mejorcito que te puede tocar como árbitro por el simple hecho de que arbitro con la cabeza en el partido aunque al lado esté jugándose el partido al que más ganas le tengo del torneo. Mejor no significa bueno, y un sitio en el que resulto ser de los mejores árbitros es un sitio en el que el arbitraje es una vergüenza.

Finalmente, y esta vez sí es verdad, me gustaría que esta entrada fuese leída y comentada. No por los laiks ni las lecturas, no por el dinero que no voy a recibir porque no tengo publicidad en el blog, no por incrementar la popularidad de un blog que escribo por mí y no por el resto. Me gustaría que se leyese esta entrada y se pensase un poco a qué me refiero. Creo que no es difícil ver que el problema existe y que es responsabilidad de cada uno hacer su parte. No mía, no de las organizaciones, no de la Federación.  El cambio que todo el mundo pide no llegará hasta que cada jugador cambie él mismo.


NdA: Debido a varias quejas ante la cita de equipos y jugadores, quisiera manifestar que se me ocurría una lista mayor de equipos y jugadores, pero elegí a aquellos con los que no había tenido problemas personalmente, precisamente porque no pretendía aprovechar esta entrada para lanzarle pullas a alguien con quien tuve problemas. Pensé, y parece claro que me equivocaba, que quedaba claro que mi intención era ponerlos como ejemplo de equipos y jugadores que ganaban fama de algo, no necesariamente de que lo fueran. No consideré que fuese ofensivo, más al contrario, pues creo que la redacción del post era hasta amable con esos equipos y jugadores. No obstante, este blog no tiene en ningún caso intención de ofender, de modo que, al sentirse ofendidos parte de los citados, edité la mención expresa a equipos y jugadores.

mércores, 3 de febreiro de 2016

Tenemos que aprender.



He practicado deportes muy diferentes a lo largo de mi vida, desde artes marciales hasta el sempiterno fútbol, por supuesto. Practicado quiere decir que los entrené, no que jugué dos pachangas en el recreo, quiere decir algo de seriedad. Sin embargo, sólo hay dos de estos deportes que considere que me han influido personalmente, y curiosamente ambos después de fracasar en su práctica: la esgrima y el rugby.


Practiqué esgrima durante mi último año de secundaria. Había sido uno de mis caprichos insatisfechos de infancia, que había sido imposible realizar en su momento, y cuando se dio la oportunidad de practicarla en mi centro de estudio no lo dudé. Me habría gustado continuar, y competir, y no se me daba mal pero, por desgracia, y tal como me dijo mi Maestro, había empezado mayor, y mis rivales me llevaban años de ventaja. Gané, a pesar de ello, alguna competición amateur, migajas en comparación con lo que algunos de mis compañeros de Club conseguirían, pues dimos varios campeones de España en categorías inferiores. Me enorgullece haber participado como compañero en la formación de buenos esgrimistas que llegaron a lo más alto y que cumplieron aquello que, por edad y trayectoria, yo no podía alcanzar. Dejé el sable en Bachillerato, al no permitirme mi centro continuar en las escuelas deportivas, pero mucho de lo aprendido entonces sigue siendo para mí un principio motriz.


Al contrario que la esgrima, el rugby fue un deseo más adulto. Me aficioné al rugby al final de mi adolescencia, afición que conservo, y sigo con gran interés los mejores torneos internacionales. Para mí, sólo hay en este deporte algo mejor que ver a Irlanda con una Guiness delante, y es jugar. Por eso, en mi primer año, me uní al equipo de mi Universidad. En esta ocasión el romancé fue aún más corto pues, si bien no tenía cuerpo de jugador de rugby -literalmente, demasiado gordo para los flacos, demasiado flaco para los gordos-, el problema iba más allá, debido a una tendinitis crónica en ambos hombros. Con demasiada regularidad, me hacía un daño terrible, y terminé por dejarlo ir.



Y luego llegó el Jugger. Yo estoy en este deporte rebotado, y lo reconozco. Me llamó la atención, me pareció interesante, pero sólo empecé a practicarlo porque los dos deportes que me habría gustado practicar me estaban vedados y no quería quedarme quieto. Reconozco, no obstante, que uno puede encontrar de rebote una vocación. Y yo la encontré aquí. Sigo teniendo mis limitaciones, claro está, pero realmente he llegado a sentirme a gusto deportivamente hablando. Por eso - y sólo por eso - me impliqué en el desarrollo de mi núcleo primero y de la Federación después. Porque, aunque a muchos esto les suene a chino, me gusta devolver lo que me dan.

Parece que me estoy yendo por las ramas, y efectivamente me fui. Pido disculpas, pero creo que esta introducción era necesaria antes de plantear la esencia de esta entrada: tenemos que aprender. Pero, ¿qué tenemos que aprender?¿Filosofía?¿Ecuaciones diferenciales de orden n?¿Macramé tibetano? No. O sí, eso es cosa vuestra. Pero, en este deporte, por y para este deporte, tenemos que aprender a aprender.

En los últimos tiempos, he llegado a la conclusión de que aplicamos al Jugger el término "deporte" con un liberalismo rayano en el autoengaño. No se trata de un término legal (también practiqué ajedrez y, por mucho que legalmente lo sea, nunca lo consideré un verdadero deporte), sino filosófico. El jugger no es un deporte, no porque el Estado no lo reconozca como tal, sino porque nosotros no lo tratamos como tal. Con honrosas excepciones, nuestros entrenamientos son algo cuasianárquico, no planificado y, en muchos casos, fotodependiente. Y esto es un absurdo.


Cuando practicaba esgrima, pasaron dos meses entre el primer día y el primero en que se me permitió coger el sable. La esgrima parece basarse en atacar y defender con un arma, pero es un deporte de piernas - cualquier novela en que aparezca esgrima postmedieval menciona el juego de pies -, y por ello no se nos permitió coger un arma hasta dominar los movimientos de piernas. Una vez empezamos con el sable, pasábamos la mayor parte del entrenamiento ejercitando movimientos. El sable se cogía al final, si eso. Y, en algunas ocasiones, y siempre al final, tirábamos un rato. Hasta los castigos estaban orientados, y se cumplían en forma de sentadillas. Estaba claro qué había que fortalecer, qué había que mejorar.

Cuando practicaba rugby, sí cogí balón desde el primer día. Los entrenamientos eran más completos, porque el rugby es, en general, más completo que la esgrima. Aunque había algunos ejercicios individuales, en su mayoría eran ejercicios coordinados, de pase, de jugada ensayada. En ocasiones, el entrenador separaba en "gordos" y "flacos", y cada grupo entrenaba por separado las cosas que se esperaban de ellos. Y, de nuevo al final, solíamos jugar una tocata - una versión light del rugby - durante no mucho rato.


Eso eran deportes. El Jugger no lo es. Carecemos - insisto en las honrosas excepciones - del más mínimo sistema de entrenamiento, de figuras importantísimas como el entrenador, que no sólo debería ejercer de director de entrenamiento y juego, sino también de psicólogo deportivo, carecemos en muchos casos de instalaciones y horarios definidos. Carecemos de lo que hace deporte a un deporte. ¿Cuantos lugares tienen un sistema de entrenamiento basado en algo más avanzado que "llegar y echar partidos"? Obviamente, los rondos no cuentan. Tampoco (que es una de las ideas más ilógicamente extendidas a este respecto) los entrenamientos físicos, que si bien son algo deseable si se montan bien, no constituyen en sí un gran progreso. Se me ocurren pocos, y ninguno en el que haya entrenado yo.

Esta entrada es una reflexión triste acerca de lo que podemos hacer y no hacemos. Requiere esfuerzo, requiere un trabajo específico y más horas a espaldas de las contadas personas que ya sacrifican demasiado porque el jugger avance. Pero es un esfuerzo que, considero, es impescindible si queremos llamar deporte a esto.

Tenemos que aprender a aprender.

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Agradezco especialmente al Club Ninjas Almoradí las fotos de sus entrenamientos, que considero ilustrativas del camino que debemos seguir.